19/05/2025
Una mujer que tenía una relación muy difícil con su esposo sufrió un paro cardíaco. Estando al borde de la muerte, se le apareció un ángel y le dijo:
—Tus buenas acciones y tus errores están muy parejos. Todavía no puedes entrar al cielo. Pero si quieres, puedes regresar unos días más para hacer lo que te falta.
Ella aceptó. Al abrir los ojos, estaba otra vez en su casa. Todo igual. Su esposo seguía durmiendo en el sofá, sin dirigirle la palabra. Hacía tiempo que no se hablaban, solo compartían techo y silencio.
Lo miró: cansado, planchando su propia ropa para ir a trabajar. Sintió una mezcla de culpa y orgullo. Pensó:
—Tal vez me conviene hacer las paces… ¿pero por qué tendría que ser yo la que dé el primer paso?
Y se enojó aún más:
—Él fue el que cambió cuando lo despidieron. El que se volvió frío, el que gritaba. Yo me quedé remando con lo poco que teníamos. ¿Y encima ahora yo tengo que pedir perdón?
Pero entonces volvió a escuchar la voz del ángel:
—“Recuerda: unas buenas acciones más… y podrás entrar al cielo.”
Esa noche, mientras su esposo no estaba, ella tomó una decisión. Lavó su ropa, cocinó su platillo favorito, puso flores en la mesa, encendió unas velas… y escribió una carta:
“Creo que estarías mejor durmiendo en nuestra cama. Esa donde nacieron nuestros hijos, donde los abrazos fueron refugio. Si puedes perdonarme, allí te espero.
Tu esposa.”
Pero al terminarla, dudó. Rompió la hoja y pensó:
—¿Estoy loca? ¿Yo voy a disculparme si él fue el que destruyó todo?
Y entonces… recordó. Recordó la vez que él llegó con una carta de amor escrita a mano y un pincel nuevo para que volviera a pintar. Recordó cómo ella, con rabia, quemó sus cuadros. Cómo lo llamó inútil. Cómo se burló de sus sueños. Recordó que él también tenía miedo. Que él también lo había perdido todo.
Volvió a escribir la carta, pero esta vez con más corazón:
“No supe ver tu miedo. No entendí lo que te dolía perder ese trabajo. Me desesperé, me olvidé de tus sueños. Perdóname. Te amo. Quiero ayudarte a volver a ser feliz.
Tu esposa.”
Cuando él regresó del trabajo y abrió la puerta, notó el olor a comida, la música suave, las velas encendidas… y la nota en el sofá.
Ella salió de la cocina con la cena, y lo encontró llorando, hecho un niño. Corrió a abrazarlo. No se dijeron nada. Solo se abrazaron. Esa noche se amaron como al principio. Rieron, cenaron, recordaron a sus hijos de pequeños… y por primera vez en años, se sintieron en casa.
Él la ayudó a recoger la mesa. Mientras ella lavaba los platos, miró por la ventana… y vio al ángel esperándola en el jardín.
Salió, llorando:
—Por favor, no me lo quites todavía. No quiero solo un día. Quiero ayudarlo a pintar otra vez. Quiero reconstruir lo que destruí. Prometo que en poco tiempo él va a volver a sonreír. Entonces, si quieres, ya me puedes llevar.
El ángel le sonrió:
—No tengo que llevarte a ningún lado. Ya estás en el cielo. Tú lo creaste… con tu amor, tu humildad, y tu decisión de perdonar.
Desde la cocina, su esposo gritó:
—Mi amor, hace frío. Ven a acostarte… mañana será otro día.
Ella sonrió. Y pensó:
“Sí… gracias a Dios, mañana será otro día.”
Moraleja:
Muchos se quejan de lo que no reciben… pero, ¿ya pensaste en lo que no das?
A veces señalamos los errores del otro, sin mirar cuántas veces también hemos fallado.
Queremos paz, pero sembramos rencor.
Queremos amor, pero guardamos orgullo.
Queremos cambiar al mundo… pero no empezamos por nuestro propio hogar.
El in****no no siempre es fuego… a veces es silencio, indiferencia y orgullo.
Y el cielo… puede ser una mirada, un abrazo, una carta sincera.
El cielo no es un lugar lejano. También se puede construir aquí, con tus manos… y tu corazón.