28/03/2025
Noviembre de 2013. Entre cables, parlantes y luces en un negocio de sonido, iluminación y equipos para DJs, una simple charla cambió todo. Mencioné, casi al pasar, que tenía algunos discos de vinilo guardados, olvidados en un rincón. La respuesta de mi amigo fue un golpe directo al alma: ¿Te diste cuenta de la música que tenés ahí?
Esa frase me quedó resonando. No eran solo discos. Eran historias, emociones, momentos atrapados en cada surco. Ahí estaban, esperando volver a girar, a sonar, a sentirse. Fue un clic, un despertar. Desde ese día, los vinilos dejaron de ser algo guardado para convertirse en un propósito. Pasé de tenerlos apilados a redescubrirlos, uno por uno, a desempolvar no solo los discos, sino también la pasión.
Pero no solo se trataba de la música. Para sentirla como se debe, era necesario más. Así que comenzó otro viaje: reacondicionar los equipos, restaurar el sonido, volver a darle vida a cada detalle. Y, sobre todo, crear un espacio especial, un lugar donde cada disco pueda sonar como merece, donde cada escucha sea un momento único.
Porque escuchar música en vinilo no es solo oír, es sentir. Es ese crujido inicial antes de que suene la primera nota. Es el ritual de elegir un disco, apoyarlo en el plato, dejar caer la púa y dejarse llevar. Es lo tangible, lo real, lo que se vive con el alma.
Y así, de a poco, los discos volvieron a tomar su lugar. Porque la música no es solo sonido, es un viaje, y este viaje apenas comienza. 🎶✨
Como dato historico: Verano de 1996. La última vez que trabajé con bandejas y discos de vinilo en un boliche. Se llamaba Ladrillo, en mi ciudad, Coronel Pringles. Ahí, en medio de luces y sonidos, fue la última vez que usé y disfruté los discos como debía ser. Poco después, llegaron los CDs, que nos ganaron en sonido y espacio, y los vinilos quedaron atrás, relegados a un rincón del tiempo.