02/05/2025
A un kilómetro de la playa más bulliciosa de Santa Marta, donde los turistas se apiñan para abordar lanchas hacia Playa Blanca o el acuario, hay un pedazo de olvido flotando sobre el Caribe. La llaman Isla Pelícano, aunque los lugareños también le dicen El Morrito de Gaira. Desde la arena repleta de vendedores y niños jugando, se ve como un pequeño bulto en el agua, pero allí hay ruinas de otra historia, una que casi nadie recuerda.
El islote, de roca viva y maleza quemada por el salitre, guarda en su cima una estructura en ruinas: paredes resquebrajadas, piscinas vacías donde la marea alguna vez se mezcló con el cemento, escaleras que crujen como huesos viejos. No hay señales, no hay turistas. Solo el viento y el rumor de que, en tiempos no tan lejanos, aquello fue un club privado de lujo, nacido del capricho y del poder.
Llegar hasta allá no es fácil. Pero los barqueros que llevan y traen personas hacia Playa Blanca, los pueden dejar allí me, en un muelle corroído. Me dio dos horas. Mientras las embarcaciones se alejaban, la isla me recibió con el sonido de las olas rompiendo contra sus piedras filosas.
Todo empezó en 1966, cuando la isla, que era propiedad del Estado colombiano —como casi todas las islas y playas del país—, fue arrendada a un hombre con contactos, Gustavo Díaz Segovia. Empresario hotelero, gastronómico y musical, Díaz Segovia logró que el Incora, la institución encargada de la reforma agraria, le arrendara el islote por una suma simbólica, casi irrisoria. El acuerdo era claro: diez años de uso y luego devolución.
Pero los hombres de poder son expertos en olvidar los acuerdos cuando les conviene.
La estructura creció. Díaz Segovia construyó un club náutico. Una piscina que robaba el agua del mar, habitaciones de piedra, salones de fiesta abiertos al horizonte. El acceso era exclusivo; quienes llegaban, desembolsaban pequeñas fortunas por sumergirse en esa élite de arena y sal. El negocio fue tan próspero que el empresario logró extender el contrato hasta 1986, siempre con la bendición silenciosa del Incora de aquel tiempo...
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