02/04/2024
La memoria
Siempre tuve la certeza de que vivimos para acumular recuerdos, sabiduría y relaciones, que atesoraríamos hasta que nos tocara cruzar el rio Estigia y sus aguas con aroma de inframundo borraran nuestra historia terrenal. Para mí, ese era el único sentido de la existencia, La Memoria de lo Vivido; ”nadie nos quita lo bailado”, decimos con un tono que denota algo de culpa, gozo y complicidad. Esa imagen de una vejez idealizada, llena de honor, conocimiento y esa extraña felicidad que solo posee el que ya entendió como termina el libro y te comparte con amor un par de spoilers, no siempre sucede.
Entonces, ¿Qué pasa cuando las la vida te arrebata la memoria? Cuando al buscar en tu cabeza solo hay confusión y penumbra, cuando el olvido se lleva a tus seres queridos y todo el tiempo invertido en adquirir conocimiento se convierte en un sin sentido. Analizando esta realidad he entendido que yo acepto a regañadientes y con pocas quejas que el cuerpo se deteriore, pero la simple idea de enfrentar una vida sin el conocimiento acumulado en mi cabeza, me aterroriza.
Los únicos tesoros que poseo son mis recuerdos, la primera vez que vi a mis sobrinos, las risas compartidas con mi hermano, las aventuras con mis amigos, mis amores y consecuentes desamores, los muchos libros leídos, las conversaciones con mis papás, los desayunos del domingo, mi amplia colección de imágenes mentales de la belleza del mundo, las lecciones de vida, la sensación del pelo de mis mascotas al abrazarlos, esa noche de luna sobre las dunas en el noreste brasileño, las muchas puestas de sol en Herradura, mi historia…
¿Qué sentido tiene vivir sin memoria? ¿Para qué acumular años, si pierdo mis recuerdos? ¿Cómo amamos si no podemos recordar?
-¡No me olvides!- decimos al despedirnos, porque el olvido hiere, sentir que hemos sido enviados al cajón del inconsciente lastima profundamente. Cuando alguien muere nos aferramos al recuerdo, porque mientras guardamos memorias el ser amado existe; ese vínculo entre la memoria y la existencia es la dolorosa paradoja que me ha mantenido incontables noches en vela y que se presenta sin respuesta lógica.
Cuando la lógica me falla, siempre recurro a la fe, no soy religiosa pero tengo mis creencias, creo en la vida después de la muerte, creo que si bien nuestro cuerpo físico y nuestra energía vital se extinguen y se transforman, otras partes de nuestro ser siguen su viaje, una aventura infinita en busca de la fuente primigenia, o sea que vamos regresando de a poco al origen, a Dios, al Principio, al Todo, a la Unidad. Me consuela entender que existe una mente superior que pertenece a mi ser inmortal y que hay muchas cosas que sobrepasan mi actual entendimiento; así que sigo mi camino, combatiendo mis miedos y me rindo ante lo incierto.
Por eso atesoro las memorias, guardo lo bueno y mando lo doloroso al carajo lo más rápido posible; no quiero gastar las horas hábiles de mi mente en rencores o en tristeza. Si mi mente muere antes que mi cuerpo espero que la brisa del atardecer me haga sonreír aunque no traiga consigo los maravillosos recuerdos que guardé del mar, que el olor de la lluvia refresque mi alma aunque haya olvidado de la mano de quién caminaba hasta empaparme derrochando placer y alegría, que el calor del sol sobre mi cuerpo traiga de vuelta los abrazos de las personas que amé y que la vida siga su curso, libre de arrepentimientos.