20/04/2024
La leyenda de la culebra del Campo Oliva.
Contaban los más mayores de Oliva, que hace muchos, muchos años en la Finca Comunal Campo Oliva, vivía en una choza una familia formada por tres hijos pequeños, la madre y el padre.
El padre después de dar de comer a las ovejas y restos de animales, se sentaba a la entrada de la choza a comer algo para después proseguir con el duro trabajo.
Un día cuando el padre estaba almorzando, se acercó a sus pies una pequeña culebrilla, y el hombre al verla tan pequeña e inofensiva, le echó de comer. Al día siguiente y a la misma hora del día, la diminuta culebra volvió a la entrada de la choza para ser alimentada y el padre sin darle importancia la alimentó con agrado.
Pasaron los días, los meses, y la culebra siempre era puntual a su cita con el padre a la puerta de la choza para recibir su porción de comida. Con el paso del tiempo la pequeña culebrilla, fue creciendo poco a poco, hasta tener un porte semejante a una oveja.
Llegó el día, que cuando el padre estaba almorzando y la culebra ya enorme, acudió a los pies del padre como todos los días, al tardar en darle su ración de comida y ya que culebra era de gran tamaño, que de un movimiento brusco le arrebató el pan que el padre tenía en las manos, y lo engulló de un bocado.
Aquella noche, el padre no fue capaz de conciliar el sueño pensando que aquella culebra tan enorme y que no paraba de crecer, era un verdadero peligro tanto para su ganado como para sus hijos, y por tanto debía poner remedio de inmediato a aquella situación antes que sucediera una desgracia.
A la mañana siguiente, el padre se levantó temprano muy decidido y habló seriamente con su esposa: la enorme culebra era un serio peligro para su familia y sus animales, así que la mejor solución era cambiarse de choza y de esa manera cuando la culebra llegara puntual a su cita, no los encontraría.
La familia olivera de Campo Oliva con todas sus pertenencias, enseres y sus ganados, se fueron a vivir a otra choza que tenían a varios kilómetros de la anterior. En la nueva choza, la familia vivía tranquila y feliz, con sus ganados y tareas en el campo y muy pronto se olvidaron de lo que les había sucedido con la enorme y voraz culebra.
Trascurrieron muchos meses, un día soleado de primavera, a la hora del almuerzo, el hombre le dijo a su mujer que iba a acercarse a su antigua choza para ver en qué estado se encontraba.
El hombre se despidió y partió por una pequeña vereda que conducía a su antigua choza. Cuando llegó a sus proximidades, comprobó como la techumbre estaba en más estado, y con curiosidad se acercó a la puerta y al asomarse, la culebra que ya era del tamaño de una vaca, se abalanzó sobre él con un rápido movimiento y se lo comió.