12/07/2022
La actriz Florence Pugh ha sido arrollada en internet debido a las transparencias que ha lucido desfile de Valentino durante la Semana de la Moda de Roma y que dejaban entrever unos pechos (al parecer) de un tamaño no adecuado para el gusto del consumidor.
Ella ha dicho: "Afortunadamente, he llegado a conocer la complejidad y laberintos de mi cuerpo, los que me hacen ser yo. Estoy feliz con todas mis 'imperfecciones' que no podía soportar cuando tenía 14 años. Muchos de vosotros queríais hacerme saber de manera muy agresiva lo decepcionados que estabais con mis 'pechos pequeños', o lo avergonzada de que debía estar por tener el pecho plano. He vivido en mi cuerpo bastante tiempo. Soy plenamente consciente del tamaño de mis tetas y no me da miedo".
Ese miedo al rechazo (ese abandono instantáneo que supone una mirada de asco) mueve el mundo. Un mundo en el que tenemos siempre que sobreponernos a los demás, a lo que cualquiera pueda decir sobre nuestros cuerpos, a que despellejen nuestras herencias, nos hagan odiarlas, nos obliguen a una frustración constante.
Pero, oye, quiérete, ve a esa esquina en la más estricta soledad y repite Candyman tres veces delante del espejo y, magia, te querrás, no te hace falta nadie, quiérete primero, para que te quieran y una mi**da.
Cómo va a ser posible "aceptarte" si solo recibes rechazo, si el "amor propio" jamás es solo propio siempre es colectivo, si los seres humanos necesitamos el afecto para un mínimo de existencia plena.
Quién puede culparnos de querer cambiar bajo la premisa de la "mejora" si la promesa es que seremos "amados".
Frente a un individualismo que nos quiere replicándonos y compitiendo por igualarnos, por tener la misma nariz, los mismos labios, los mismos dientes, compartamos todo lo que es hermoso porque se tuerce.
¿Sabes lo que tuvo que conjurarse para que tus orejas, tu pene por debajo de la "media", tu barriga, tu cadera, tus muslos estuvieran aquí?
Y aquí estamos avergonzándonos, follando con la camiseta puesta, evitando los espejos, comparando nuestros poros con píxeles inexistentes.
¿Quién quiere tener los tobillos de Angelina Jolie cuando tienes los de tu abuela que ya es firmamento?
Hoy el telescopio espacial James Webb de la NASA ha producido la imagen infrarroja más profunda y nítida del universo lejano hasta la fecha.
Miles de galaxias aconteciendo por primera vez ante nuestros ojos.
Y en un puntito suspendido la suerte de los pechos pequeños y que no los confundas con montañas de Florence y nuestros cuerpos desbordados, monstruosos, vivos.
Cuando nos salga el odio arrabalero pongamos la mente en las estrellas con el incendio que supone no ponerse de rodillas frente al otro.
Recurriendo a los ojos de nuestras amigas para mirarnos.
Para resistirnos a creer que todo esto que se formó en el cosmos de nuestras madres.
No sea suficiente.
Ni perfecto.