
27/04/2025
El torcal, El Mirador de Diego Monea nos acogió poco después, y al descender del autobús nos encontramos ante un paisaje donde la tierra se pliega y se alza en formaciones que desafían la imaginación. La inmensidad del horizonte nos recordó la insignificancia de nuestro propio ser ante la grandiosidad del Creador. Desde aquí comenzó nuestra verdadera marcha, adentrándonos poco a poco en el corazón del parque natural.
El Refugio Juan González apareció en nuestro camino como un lugar de descanso, donde la quietud y el murmullo del viento nos permitieron detenernos y contemplar la armonía de la Creación. Más adelante, el Pilón de la Cruz se erigió como símbolo de fe en medio de la naturaleza, recordándonos que la presencia de Dios no se encuentra solo en los templos, sino en cada rincón del mundo que Él ha forjado con amor.
El Poblado de Las Sepulturas , testigo de generaciones pasadas, nos recordó que somos caminantes en esta tierra y que nuestras huellas, por profundas que sean, eventualmente se disolverán en la eternidad. Y así continuamos nuestro descenso por el Puerto de la Escaleruela , donde la senda se volvió más desafiante y el grupo, por la dificultad del terreno, terminó dividiéndose en pequeños conjuntos, cada uno enfrentando la bajada con su propio ritmo y voluntad.
Finalmente, llegamos al Nacimiento de la Villa , donde las aguas brotan de la tierra como un regalo, símbolo de vida y purificación. Allí, fatigados pero llenos de gratitud, nos congregamos una vez más, sintiendo en la frescura del manantial una bendición sobre nuestra jornada, el cierre perfecto de un día marcado por la belleza de la Creación y la hermandad del camino.