28/09/2022
Memorias profundas en la Normal Centro América"
Medio siglo después.
Marlin Óscar Avila Henríquez(San José Costa Rica)
27 de septiembre de 2022
Introducción
Pasar tres años de la vida entre otra centena de adolescentes y jóvenes varones, estudiando pedagogía y didáctica infantil (entre 6 y 14 años), con la ayuda de brillantes profesores y profesoras, en un ambiente rural, rodeado de mucha vegetación y fauna silvestre, calor humano, donde todos teníamos los mismos derechos y obligaciones, fue un sueño que ahora vemos con orgullo.
Porque en este mundo actual, del siglo XXI, de poco más de medio siglo después, preñado de modernización, tecnología electrónica, donde la velocidad de un arma como el Starry Sky-2, que llega a 7.344 kilómetros por hora, pero donde tenemos mucha más polución en sonidos, el agua, y aire, se venden como cualquier artículo comercial, hay mucha más violencia y desigualdad social, intolerancia, impunidad e injusticia social, viene a ser un lujo para nuestra actual juventud, lograr aquel ambiente de los sesentas.
En tres años para muchos y en 4 y hasta 6 para otros compañeros, fue bastante y suficiente para profundizar nuestras raíces de amistad, intelectuales e incluso, espirituales, se entrelazan para extraer de aquel suelo los mejores nutrientes para construir las bases ético-morales de nuestro futuro.
Parte 1.
En el año 1964, mi abuelo materno, Miguel Hoffmaister, me trajo de Costa Rica a pasar Navidad con mi madre, María Eugenia Henríquez, quien vivía en Villa San Antonio, puesto que mi papá, Roger Cruz (padrastro), trabajaba con la empresa maderera italiana Sansone, con un plantel allí.
Al pasar las fiestas navideñas, mi madre me pidió quedarme en Honduras. Le puse la condición que yo debía renovar mis estudios secundarios. Había dejado de estudiar dos años.
Siendo muy católica, me introdujo al seminario menor de los Franciscanos. Allí pasé un año estudiando, además de las materias oficiales del sistema nacional, estudiamos latín, griego y religión.
Iniciamos 62 estudiantes, terminamos 30. Los demás fueron expulsados por diversas razones disciplinarias, pero la mayoría porque los compañeros tenían alguna relación con chicas, como era natural. Yo no conocía a nadie, excepto algunas 3 o 5 chicas que me habían presentado en Villa San Antonio.
Al concluir el período lectivo regresé a Villa San Antonio. Había estado encerrado todo el año en lo que, después fue el colegio La Inmaculada. Sin salir, excepto a una atención médica, a la catedral para la misa de los domingos y a una cancha de fútbol que estaba en medio de unos terrenos baldíos y de ganado.
Concluido el año nos entregaron las calificaciones, de las cuales había logrado 10 distinguidos.
Con eso me fui a Tegucigalpa a solicitar una beca, la cual me concedieron para estudiar magisterio en la Escuela Normal Centro América, un internado paralelo al de señoritas en Villa Ahumada, de Danlí, El Paraíso.
Parte 2.
Mi madre fue profesora y ejercía el magisterio en Costa Rica, mientras mi abuela Alida Leiva, cuidaba de mi hermana mayor (un año) y de mi persona, en nuestra niñez.
Así que no tuve dudas en la perspectiva de hacerme maestro. Más aún, se trataba de hacernos maestros rurales y a mí me llamaba la atención el campo, pese a haber estado mucho más de mis pocos años viviendo en lo urbano.
Cómo para ingresar al seminario menor, mi madre me había equipado con ropa, toallas y otras de las cosas esenciales de uso cotidiano, cuando fui al Edén, contaba con lo suficiente.
El ambiente fue muy diferente al del seminario. En el San Francisco de Asís, no teníamos esos espacios amplios del Edén. Mirábamos muros y paredes, además de Santos y demás imágenes de la Iglesia. Después de cenar íbamos a la capilla, rezábamos en latín, para después quedarnos en silencio, nos bañamos, nos metíamos el pijama y a dormir, sin decir una sola palabra. Después, nos despertamos para bañarnos, cambiarnos e ir al comedor, sin decir una palabra. Ya en el comedor, el rector decía una oración, nosotros respondíamos (en latín) y hasta que el rector decía "cenam vestram fruimini" podíamos hablar. Similitudes eran: un dormitorio común, un comedor común. Después, todo lo demás era nuevo para mí en la Normal.
Parte 3
Imaginemos al seminarista, llegando al campo abierto del Edén. Viendo al grupo de “rulos” que estaban asentados en la Normal desde dos y hasta tres años antes. Era ese grupo quien, afuera de las aulas de clases había establecido el modus Vivendi de la Normal. En esos primeros días cada novato que llegaba había que bautizarlo en la pila del solar cerca de los edificios del establecimiento. Si no tenía mucha suerte, lo llevaban a la Vega del Río, donde había otra improvisada pila.
Poco a poco fui aprendiendo las normas de vida, formales e informales. Me di cuenta de que las segundas (las informales) me servirían para sobrevivir dentro del ambiente social. A los pocos días estábamos completos los alumnos nuevos. Eran pocas las mujeres que se distinguían en el ambiente. Ninguna estudiante, puesto que las jóvenes interesadas se iban a Villa Ahumada. Además de las trabajadoras del área administrativa, dos enfermeras, secretarias, estaban unas pocas profesoras, quienes llegaban a dar clases y se regresaban a Comayagua, a unos 5 kilómetros de la Normal. Algunos maestros, el director, subdirector, ecónomo y las enfermeras tenían sus casas de habitación por aparte. Dos de los profesores, se responsabilizaba de la disciplina general y particular del alumnado, quienes habitaban en el campus.
No me fue difícil descubrir que el subdirector, era quien mantenía los gustos de, al menos, 3 compañeros, a quienes no les faltaban ci****os, chocolates, helados y refrescos, generalmente. Así mismo descubrí el liderazgo de algunos compañeros, unos por deportistas, músicos o por dominar con facilidad alguna de las materias de estudio. Había una amplia capacidad humana instalada, la cual era estimulada a su mejor desarrollo dentro de la institución. Nuestras limitaciones materiales o económicas no fueron más que motivos para unirnos en nuestros esfuerzos de subsistencia y desempeño.
El río que pasaba abrazando las tierras de la Normal, fue un recurso natural clave. Aun cuando, mi concepto de río se desvaneció al saber que era una corriente de agua con algunas pozas. Río para mí, eran el Chamelecón y el Ulúa, después de haber vivido en El Progreso y La Lima. De todas maneras, después de haber estado encerrado un año en el seminario, aquel delgado río era una maravilla para mí. Solíamos irnos a bañar en grupo. Aunque no faltaba quien, estando arriba de la corriente, tratará de utilizar el jabón con que se bañaba para satisfacerse con una masturbación pública. Suficiente para que saliéramos corriendo de inmediato del río.
El cuadro de profesores era de primera categoría. Jóvenes intelectuales con muchas inquietudes sociales y políticas. Era indiscutible su vocación magisterial. Practicamos una amplia diversidad de deportes de verano. El profesor Tito era un profesor de amplias destrezas y conocimientos deportivos. Quien recién llegado estuviera sobrepasado, en menos de dos meses se alineaban, no solamente por las reducidas kilocalorías de la alimentación que nos daban, pero por los deportes y ejercicios que hacíamos constantemente, incluyendo el trabajo agrícola.
Todo ese primer año fue de mucho aprendizaje para mí y, sin dudas, para todos los demás estudiantes novatos.
Para muchos, aquel “Eden” era realmente un hogar, puesto que la mayoría, sino todos, éramos de extracción pobre y de familias honradas.
Parte 4
El segundo año de clases fueron iniciando los en la práctica. Nos llevaban a visitar la escuela de Palopintado. Esa escuela era la que nuestra normal dirigía pedagógicamente. Palopintado era un pueblo cercano que se había convertido en una especie de nuestro vecindario. Donde todos sus habitantes nos miraban como sus hijos adoptivos. Los maestros de la escuela eran como una extensión de nuestra Escuela Normal. El pueblo nos conocía por nombre y apodos. Algunos de nosotros tuvimos novias allí. Los padres de familia del alumnado nos consideraban parte de sus habitantes. Nuestras prácticas de didáctica y pedagogía se realizaron en Palopintado, aunque al avanzar nuestro aprendizaje, nos fuimos desplazando a otras escuelas de las aldeas del entorno geográfico.
La ciudad de Comayagua fue desde siempre el lugar de mayor relajamiento. Los fines de semana, principalmente, los domingos eran nuestros días de visita libres a la antañona. Era menos urbana que ahora, pero lo que no había allí, difícilmente lo encontrábamos a 50 kilómetros de diámetro. Cómo éramos muy activos en deporte y prácticas agrícolas, nos distinguimos de los jóvenes varones de Comayagua. Además, nuestra disciplina nos distinguió de la generalidad. Teníamos una banda musical del momento. Nos contrataban con frecuencia para tocar en fiestas de los pueblos y ciudades. Yo supe solidarizarse con los compañeros en deporte, estudios y música. Aun cuando no tuve el arte de la música, les apoyé en organizar sus excursiones.
Al concluir el segundo año, me sentí bastante integrado en toda la vida de la Normal.
Parte 5
No estoy muy seguro si fue en la segunda mitad del año 1968 o ya en el 69. Pero llegamos a organizar una huelga de hambre. Fue debido a la mala calidad de alimentación que nos daban. Además de abundar en los frijoles y tortillas, estos llegaban a la mesa como si tuvieran una semana. Las tortillas eran tan duras que las usábamos como si fueran platillos voladores, capaces de abrir un bote de salsa o una cerveza. Los frijoles podían ser utilizados para matar palomas. El cocinero hacia una sopa de verduras con pellejos, y un cuarto del agua de la sopa era el sudor que le chorreaba por los brazos. Así que declaramos huelga de hambre y no permitimos el ingreso al comedor por dos días.
Cómo había estudiantes juniores, que poco aguantaban hambre, dispusimos matar unos patos que cocimos y repartimos en la Vega, a orillas del río. Así logramos una negociación con la dirección al día siguiente. Las mejoras no fueron sustanciales, pero se logró que utilizarán el presupuesto destinado para los alimentos, sin desviar su destino.
El tercer año fue bastante agitado. No solamente por ser el último, pero porque se declararon la guerra ambos ejércitos: El Salvador y Honduras.
Nosotros nos movilizamos donando sangre, además de organizar equipos de seguridad. Varias noches nos dedicamos a cuidar las más de 20 hectáreas de terreno y el entorno, para asegurar que paracaidistas del ejército salvadoreño no se infiltraran en Comayagua.
Después, se trató de entender el contexto político y la razón de la guerra.
Preparar nuestro proyecto académico pedagógico que nos calificara como maestros titulados era un reto. Organizar el protocolo de graduación y lograr que todos pudiéramos obtener el traje, el anillo y zapatos para la graduación no era cosa fácil. La mayoría, si no, todos, éramos de familias pobres.
Así que además de lo académico, hubo muchas actividades organizativas.
En mi caso, antes de concluir estudios, llegó un emisario de Cáritas, Rodolfo Sorto, a decirme que esa institución quería contratarme a trabajar con ella al solo iniciar el siguiente año.
Así fue como después no ejercí en escuela primaria alguna. Me dediqué a la educación de adultos, a promover la reforma agraria y en un tiempo me crucé con nuestra exprofesora de la Normal, Vilma Rivera de Pacheco en un programa que ella dirigía llamado Escuelas Radiofónicas.
A manera de conclusión
Las memorias de las experiencias vividas hace medio siglo, difícilmente se concluyen, sí se elaboran individualmente, como lo hacemos ahora. Ni qué decir sí se elaboran en el grupo de excompañeros. Aquí nos falta muchas anécdotas, entre ellas, nuestra aventura das relaciones con la juventud de los colegios de Comayagua. La vez que nos trataron de destruir los instrumentos musicales de nuestra banda, durante una fiesta nocturna, las competencias deportivas, cuando le ganamos el partido de fútbol en el Estadio de Comayagua, al campeón Nacional Olimpia, cuando salimos vestidos de pueblos originales (indígenas) en la celebración patria de un 15 de septiembre, nuestros paseos con las chicas más bellas de Comayagua, las fiestas bailables nocturnas en nuestras instalaciones del Edén. Etc. Hay mil y diez memorias más que contar.
Muchos excompañeros se nos han adelantado, otros aún gozamos de nuestras esposas, hijos y nietos. Unos seguimos estudiando otras carreras profesionales, otros siguieron estudiando pedagogía superior, pero todos cargamos en nuestra vida ese peso de moral de acero inoxidable que nos dejó la Normal de Varones Centro América, de Comayagua. Ah, y éramos originarios de todas las regiones y zonas del país. Eso también nos enriqueció mucho culturalmente.
Honduras tuvo y sigue teniendo mucha riqueza. Sólo que cada vez ésta es menos para las grandes mayorías.