13/03/2025
Amigos, he regresado a la escritura y me siento satisfecha con el nuevo texto que hice hace poco, el cual comparto enseguida:
El Quinto Sol
Después de la ceremonia, el fuego aún respiraba en brazas incandescentes, como un corazón palpitante en medio de la selva. El canto de los insectos tejía un murmullo constante, un eco lejano que parecía venir de todas las direcciones y de ninguna. Me recosté junto a la llama, sintiendo el pulso del suelo bajo mi cuerpo, como si la tierra misma me arrullara en un susurro antiguo. Cerré los ojos.
Y entonces, soñé.
O quizás no era un sueño.
En ese espacio sin tiempo, donde el antes y el después dejan de importar, vi la llegada de una nueva era. Una llovizna suave caía sobre la tierra sagrada de los antiguos mayas, limpiando siglos de polvo y olvido. Las gotas resbalaban lentamente, como si contaran historias secretas en su descenso. No era agua solamente; era memoria líquida que disolvía los velos del engaño y despertaba la verdad dormida bajo las raíces más profundas.
—La memoria es agua —susurró La Papisa—. Y el agua nunca olvida.
Escuché cantos. Voces que no eran de un solo tiempo, sino de todos. Los abuelos y abuelas, los primeros y los últimos, los que aún no han nacido y los que ya se han ido, entonaban juntos un mismo llamado: el tiempo del Quinto Sol ha comenzado.
Vi el cenote sagrado, Ik Kil, dormido en su silencio milenario. Las lianas descendían como hilos de vida que conectaban el cielo con las profundidades. Cada gota de rocío que se deslizaba por ellas creaba espirales doradas sobre la superficie del agua, como si el Universo estuviera escribiendo un mensaje en un idioma antiguo, conocido solo por el corazón.
—Las aguas oscuras guardan la semilla de la luz —dijo La Papisa—. Quien sabe escuchar sus susurros, conoce el lenguaje del principio.
Entonces llegaron los caminantes de la nueva luz. Silenciosos, portaban pequeñas llamas en sus manos. Sus pasos resonaban en la piedra viva mientras descendían en procesión hacia el umbral del inframundo. Las velas danzaban, temblorosas, pero firmes, guiándolos en el sendero hacia el centro sagrado. Era un camino circular, que no tiene principio ni fin.
El chamán se acercó al borde del agua. Su canto no era humano ni animal; era el canto de la tierra misma. Sus palabras invocaron a las aguas, y estas respondieron. El nivel subió suavemente, apenas perceptible, pero suficiente para sentir que algo sagrado despertaba. La superficie líquida vibró, y en ese movimiento entendí: el agua guarda la memoria de todos los tiempos.
—Así hablan los espejos del mundo —dijo Thot, desde el otro lado de la visión—. Lo que ha sido, lo que es y lo que será reflejado en un solo pulso.
Me vi a mí misma entre ellos, observando desde un rincón de la bóveda pétrea. No estaba sola. Tres compañeros compartían el silencio conmigo. Nos habían llamado para ser testigos, para llevar la memoria de aquel nacimiento más allá de ese lugar y de ese momento.
Comprendí que el ciclo de los mercaderes del miedo había concluido. La oscuridad que se alimentaba de la ilusión de un fin había perdido su fuerza. Ahora nacía un nuevo amanecer, extendiéndose como un resplandor galáctico que atravesaba los velos del olvido y encendía los corazones dispuestos a recordar.
Vi que la paz no es un don gratuito. Se alcanza cuando el corazón comprende el valor de la discordia superada, cuando el ser ha caminado el desierto de la confusión para encontrar el oasis de la verdad. En la danza aparente del caos, reconocí el ritmo perfecto del Gran Espíritu. Todo era parte de un tejido mayor, un equilibrio nacido de la experiencia.
—El que regresa de la sombra conoce la geometría de la luz —dijo Thot—. Y cada paso suyo reordena las estrellas.
No supe cuánto tiempo estuve allí, porque no había tiempo. Todo coexistía en ese instante eterno: el pasado, el presente y el futuro danzaban en un solo latido.
Cuando abrí los ojos, el fuego seguía allí, respirando en el centro del círculo de piedras. La noche aún cantaba en la espesura de la selva. Pero algo en mí ya no era el mismo.
El Quinto Sol brillaba dentro de mí.
Y sabía que Dante, que camina conmigo en este nuevo viaje, lo vivio también.
—Lo que ha sido encendido en el corazón no se apaga —dijo Thot, casi como una bendición—. Ahora eres antorcha para los que buscan el alba.
Juntos escribiríamos la Nueva Comedia.