26/07/2025
“SE VAN CON LA BENDICIÓN DE UN PUEBLO”,
EN XALPATLÁHUAC PONEN SU FE EN TRADICIÓN RELIGIOSA PARA PROTEGER A LOS QUE EMIGRAN.
La Opinión por CLAUDIA NÚÑEZ Enviada especial.
XALPATLÁHUAC, México.— Reposa dentro de una tumba de cristal en lo más alto del Cerro del Maíz en este pueblo del estado de Guerrero.
Pero, irónicamente, aunque esta región es considerada la novena más pobre de toda Latinoamérica, a la figura en yeso del Santo Entierro la cubre una gruesa cobija de dólares, tantos, que se dificulta distinguir su rostro ensangrentado.
Para quien profesan esta creencia, representa el sufrimiento y la promesa de una vida mejor. Por eso, es la más venerada en el mundo indígena de Guerrero. En especial por los emigrantes.
“Aquí quien no sufre la angustia de la pobreza, sufre la migración. El dolor de ver al hijo, al padre o al hermano partir para el norte es inconmensurable; pero cuando los ven regresar o cuando ese familiar manda el dinero para que en el pueblo tengan una vida mejor, entonces para ellos es como la resurrección”, comenta el padre de la comunidad, Mario Campos Hernández.
Cada tercer viernes de cuaresma, miles suben hasta el santuario que fue construido gracias a las remesas que enviaron los emigrantes de este pueblo.
En los 2.5 kilómetros que es necesario recorrer hasta la vitrina de cristal donde yace la imagen de yeso color durazno y sangre, apenas si entra una mosca; el intenso olor a sudor, incienso y humo de veladora son sólo un reflejo de la gran devoción que existe por este santo.
Los hombres, en su mayoría, llegan hasta aquí buscando protección porque ya se van “al otro lado”, lo mismo a trabajar en los restaurantes de Nueva York que en los campos de Texas y California.
Y es que en esa comunidad náhuatl de tres mil habitantes cada familia tiene de uno a cuatro emigrantes en Estados Unidos.
A sus 14 años de edad, Nicolás Díaz Sánchez se sumó este año a la procesión. En una mezcla de náhuatl y español, su madre Fidela Sánchez llora y suplica por él.
Juntos caminaron durante cuatro horas por la vereda terrosa que llega hasta el santuario. El cansancio no le pesa, dice Fidela; el dolor de ver a su niño partir ya le ha curtido el alma.
“Tlateochihualiztli [bendición en náhuatl)”, le implora Fidela a la imagen, mientras Nicolás sujeta con fuerza la veladora que su madre le dio.
Nunca se ha separado de sus padres. Le han dicho que la gente se muere en el desierto, que tenga cuidado, pero su familia depende de él. Su rostro, mezcla de niño y hombre, no puede ocultar el miedo.
“Con favor de Dios llego a Nueva York”, dice en su español indígena.
Justo frente a Nicolás, Sebastián Bello sabe por experiencia propia que el santo lo protegerá.
“Cuando yo crucé al norte sentí como si estuviera caminando ciego por las calles de mi pueblo. No sentí miedo porque él me guio”, platica Sebastián señalando hacia el Santo Entierro, donde recién depositó tres billetes mexicanos.
En su cuello, Sebastián lleva un cordón. Un “chicote” bañado en cera de veladora con el que se auto flagela para pedir perdón por sus pecados, porque en el Cerro del Maíz la superstición y el misticismo religioso van de la mano.
Los que no se azotan, arriesgan su vida cruzando un peligroso camino estrecho en lo más alto de la montaña, cuyos desfiladeros por ambos lados hacen temblar a muchos.
“Nadie se ha mu**to. Nomás los que no tienen fe se caen y se quiebran una pata o el brazo. Son gente sin fe”, dice Cayetano Benito, bien convencido, mientras reparte a diestra y siniestra sus helados de limón.
El recorrido se extiende durante casi 20 minutos por una vía ter re goza donde es común ver decenas de agujeros en la tierra, pues según dicta la tradición, quien suba a ese lugar sagrado “puede encontrar su suerte”; para ello debe de rascar en la cima del cerro e interpretar lo que se encuentre en esa excavación.
Quien encuentre semillas recibirá una buena cosecha. Monedas, abundancia económica, y al que le aparezcan pelos de chivo o de borrego es porque debe comprar ganado para tener prosperidad.
Así, en el pueblo de Xalpatláhuac cada cual viene a buscar su suerte. Lo mismo el que va hacia el norte como el que se queda en el sur, aunque una vez que el santo cumpla su promesa de prosperidad, el devoto deberá pagar. Sólo así los dólares seguirán abrigando la fría tumba de cristal.
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