14/03/2025
A los hijos se les cría para que aprendan a vivir solos su vida y no dependan de uno toda la vida.
Debemos criarlos para que vuelen solos:
EL MAYOR DEBER DE UN PADRE NO SOLO ES PROTEGER A SU HIJO, SINO TAMBIEN DECIRLE EN EL MOMENTO JUSTO, SIGUE TU CAMINO
Mi hijo tiene 35 años y todavía vive conmigo. Mis amigos dicen que debo echarlo, pero ¿cómo puedo encontrar la fuerza para hacerlo?
Hoy, una vez más, me desperté antes del amanecer. No porque tuviera algo urgente que hacer, ni porque sonara el despertador.
Me desperté porque los pensamientos no me dejan en paz. son los mismos de siempre, los mismos que me atormentan cada noche. me levanté en silencio, fui a la cocina y preparé un café.
Me acerqué a la ventana. Afuera, la ciudad ya estaba en movimiento. Las luces de las casas se encendían una tras otra, la gente salía apresurada para ir al trabajo, los autos pasaban velozmente por las calles mojadas por la humedad de la madrugada. El sol empezaba a asomarse entre los edificios, tiñendo el cielo de un leve tono anaranjado.
Pero aquí, dentro de estas paredes, todo sigue detenido. Mi hijo, Javier, tiene 35 años. Y aún vive conmigo.
Su presencia se nota en cada rincón. platos sucios amontonados en el fregadero, ropa tirada en el sofá, restos de comida sobre la mesa. Todas las noches, desde su habitación, se filtra la luz azulada de la pantalla de su computadora. Sé que sigue despierto, sumergido en algún videojuego, en algún mundo virtual que lo aleja del verdadero, de ese que se niega a enfrentar.
Y yo… yo me siento prisionero en mi propia casa.
No puedo contar cuántas veces me he repetido: Tengo que hablar con él. Tengo que decirle que es hora de que empiece a vivir por su cuenta. Pero cada vez que intento decirlo, las palabras se quedan atrapadas en mi garganta.
Javier creció sin su madre. Nos dejó cuando él aún era un niño. Nunca lo llamó, nunca preguntó por él, nunca se preocupó por saber si estaba bien. Éramos solo él y yo. Fui su padre y su madre. Su refugio y su guía. Trabajé sin descanso para darle todo, para que no le faltara nada, para que nunca sintiera miedo ni soledad.
Y tal vez, justo ahí, cometí mi mayor error.
Recuerdo una tarde, hace algunos años.Un vecino me pidió ayuda para mover unos muebles pesados. Llamé a Javier, esperando que se ofreciera a ayudar. Después de todo, ya no era un niño, ya era un hombre.
Ni siquiera levantó la vista del teléfono.
— “Más tarde, papá. Ahora estoy ocupado.”
"Más tarde"
Dios, si supiera cuánto me dolieron esas palabras.
No era por los muebles. Era por todo. Por todos esos años en los que le hice la vida demasiado fácil, en los que le evité cualquier dificultad. Todos esos años en los que, sin darme cuenta, le enseñé que no tenía que preocuparse por nada, porque siempre estaría yo ahí para hacerlo por él.
Mis amigos son directos:
— “Fernando, esta es tu casa. Si no lo echas ahora, nunca se irá.”
Y sé que tienen razón.
Sé que, si no hago algo, seguirá aquí, atrapado en este limbo donde nada cambia, donde no tiene que esforzarse, donde el mundo parece detenerse y girar a su alrededor.
Pero, ¿cómo se le dice a un hijo que tiene que irse? ¿Cómo le dices a alguien que criaste, protegiste y amaste, que ya no hay lugar para él en su propio hogar?
Porque, pese a todo, pese a la frustración, pese a la decepción, sigue siendo mi hijo.
Ese mismo niño que corría a mis brazos cuando tenía miedo de las tormentas. El mismo que me miraba con los ojos llenos de temor el primer día de escuela, buscando mi apoyo. El mismo que, cada noche, me esperaba en la puerta para abrazarme antes de dormir.
Pero ese niño ya no existe.
Solo queda un hombre que se niega a crecer.
Estoy cansado.
Cansado de despertar cada día y ver lo mismo. La basura sin sacar, la ropa desordenada, las promesas vacías de que mañana será diferente.
Yo pago las cuentas. Yo pongo la comida en la mesa. Yo mantengo este hogar en pie.
¿Y Javier? Javier no hace nada. Encuentra trabajos temporales, pero nunca algo estable. El dinero que gana desaparece en pocos días en juegos, en compras innecesarias, en cualquier cosa menos en su futuro.
¿Y lo peor de todo?
No parece importarle.
Hace unos días intenté hablar con él otra vez.
— “Javier, esto no puede seguir así. Tienes 35 años. Es hora de que construyas tu propia vida. Yo no estaré aquí para siempre. ¿Qué harás cuando ya no esté?”
No dijo nada. Ni una sola palabra. Se levantó, fue a su habitación y cerró la puerta.
Y ese silencio… ese silencio dolió más que cualquier discusión.
Ahora estoy aquí, sentado en la cocina, mirando mi café frío y preguntándome en qué fallé.
Quizás mis amigos tienen razón. Tal vez no me queda otra opción que obligarlo a salir de casa. Quizás es la única manera de que, al fin, empiece a vivir de verdad.
Veo a otros hombres de su edad – tienen trabajos, familias, responsabilidades.
¿Y mi hijo?
Mi hijo sigue aquí. Como si la vida fuera a venir a buscarlo sin que él haga nada por alcanzarla.
¿Cómo llegamos a esto?
¿Fue culpa mía? ¿Lo protegí demasiado? ¿Le di tanto que terminó creyendo que nunca tendría que luchar por nada?
Esta mañana, mientras lavaba los platos, recordé algo.
Era pequeño, tendría unos cinco años. Me ayudaba a guardar las compras en la despensa. Se sentía tan orgulloso de estar haciendo algo de grande.
En ese entonces, éramos un equipo.
Ahora estoy solo.
El tiempo no se detiene. Y sé que, si no hago algo, nada cambiará.
Pero, ¿cómo encuentro la fuerza? ¿Cómo le digo a mi hijo – a ese niño al que amé con toda mi alma – que es hora de partir?
Y, sin embargo, en el fondo, sé que esto no es crueldad. No es traición. Es amor.
Porque amar no es solo proteger. A veces, amar significa dejar ir.
Y cuando llegue el momento de mirarlo a los ojos y decirle:
“Javier, es hora de que te vayas.”
No sé cómo reaccionará. Tal vez se enfade. Tal vez se marche y no me hable durante años.
O quizás, un día, entenderá que esto fue lo mejor que pude hacer por él.
Pero hay algo de lo que estoy seguro: no puedo seguir esperando.
Porque el mayor deber de un padre no es solo proteger a su hijo. También es saber decirle, en el momento justo:
“Hijo, es hora de que sigas tu propio camino.”
José Humberto López Gómez
(Fuente: Entre lineas)