06/02/2022
Socorro a los ahogados en la Ría de Bilbao.
Actualmente asociamos las labores de socorristas y otro tipo de vigilantes, al rescate de bañistas. Pero en otra época, su fin era evitar los ahogamientos y caídas accidentales a los caudales de agua.
En 1785 se organiza en Bilbao un complejo sistema de socorro que comprendía todos los pasos de la atención a los ahogados, desde la regulación de la alarma hasta el tratamiento médico de los desdichados.
La alarma debía ser dada mediante un toque de campanas especial a cargo del campanero de San Antón cuando el suceso tuviera lugar aguas arriba y por el de San Nicolás aguas abajo, las campanas de Santiago repicaban en todos los ahogamientos.
Ante esta llamada, todos los médicos y cirujanos de la villa estaban obligados a asistir al tratamiento de las víctimas.
Las maniobras de socorro se iniciaban en el mismo momento del rescate, para lo cual se preveía que los adscritos a este trabajo tuvieran los conocimientos adecuados.
“Lo primero introducir en
la boca del ahogado la máquina o
tubo insuflatorio y un hombre robusto
se aplicará a soplarle aire en
los pulmones con todas sus fuerzas.
Esta máquina no es mas que
un soplete con una plancha que tapa
la boca y una tenaza que cierra
las narices del paciente, pero aunque
esta máquina sirve para hacer
la operación más cómoda, no es
tan esencial que en su defecto no
se pueda utilizar cualquier cañón,
sea de madera, caña o metal, vaina
de cuchillo o espadín, etc. En caso
de utilizar este remedio se tendrá
buen cuidado de tapar la boca y las
narices. Con este solo remedio se
ha visto restituir muchos ahogados”.
Las instrucciones aprobadas por
el Ayuntamiento seguían después
con prolijos detalles sobre la colocación
del paciente, la manera de
hacerle entrar en calor cubriendo
su cuerpo con cenizas previamente
calentadas, el tratamiento medicamentoso,
la obligación de los regidores
de supervisar el proceso,
etc. Concluían con la prohibición
de enterrar los cadáveres de los
ahogados hasta después de transcurridas
48 horas.
El Ayuntamiento bilbaino consiguió
permiso del rey para utilizar
1.500 reales de sus fondos propios
con el fín de dotar al primer cuarto
de socorro, además de otros 548
reales para sufragar la edición de
1.500 ejemplares del folleto que
contenía las instrucciones.
Bilbao se sumaba así al grupo de
ciudades europeas que organizaron
un sistema eficaz de auxilio a
los ahogados.